Borrador
De pequeño vivía en una ciudad, hasta que un día me encontré una islita en un charco, la llevé a casa y la metí en la bañera. Allí fue creciendo. La pobre era una islita huérfana, sin palmeras, sin cocos, sin tortugas, apenas sin arena.
Un día, cuando pensé que ya era lo bastante grande, la puse en el balcón, pero mi islita se sentía observada y echaba arena a los ojos de la gente que pasaba por la calle para que no la mirasen como a un bicho raro. Tuve que quitarla del balcón. De todas maneras un balcón no es un buen lugar para una islita vengativa que aún está creciendo.
Llegó un mes en que la islita ya no cabía en la bañera. ¡Claro! Es que ya tenía dos palmeras, seis cocos, un tesoro escondido, tres tribus nativas vegetarianas, cuatro escarabajos, cinco tortugas ¡Y dos nubes blancas! Tenía que buscarle otro sitio. La dejé momentáneamente en el salón. Comprendí al instante que había sido un error. Ahora el mando de la tele era otro de sus tesoros escondidos (el de menor valor, por supuesto). Las tribus habían convertido mi sofá en el centro de reciclaje de la isla. ¡Hasta habían hecho un cartel indicativo! Las nubes habían secuestrado los filamentos de las bombillas de mis lámparas, pues pensaban que eran soles que querían okupar el cielo de mi islita… y así y con cien barrabasadas más se encontraba mi salón.
Tuve una gran idea. Islita estuvo encantada con ella. Nos fuimos a la salida de la ciudad y ahí se sentó ella. Y yo la fui llenando. La puse perros y canarios, gatos y loros, traje tres piratas arrepentidos, dos pulgas, una abuela, cinco cangrejos, tres sillas, dos mantas, nueve estrellas lejanas y tres piscinas.
Así mi islita fue creciendo, y cada vez es más grande, y ya tardo casi dos días en recorrerla a caballo. Ya rodea a la ciudad pero no es un problema, mi islita ha dejado de tirar arena a los ojos de la gente.
Ahora vivo en ella: hago castillos con su hierba, juego con sus cocos, como en su huerto, navego con los piratas, vuelo con sus águilas y le hago cosquillas con los pies todos los días
En Madrid, a 24 de noviembre de 2003
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